.- Disculpe señor, ¿podría decirme qué hora es?
.- ¡Por supuesto, señorita! Son las 9 y media...
.- ¡Gracias!
.- ¡A la orden!
.- ¡Buenos días! Por favor, ¿a qué hora llega el doctor?
.- A las 7:00, ¿tiene consulta para hoy?
.- Sí señorita, ¿me puede anotar?
.- Enseguida señor
.- ¡Muchas gracias!
.- ¡Buenas tardes! Dos negritos, por favor
.- Enseguida se los sirvo, señor
.- ¡Hola! ¿Tendrás clase hoy?
.- ¡Claro!
.- ¿Nos vemos cuando termine?
.- Ok. Te espero en la plaza..
Estos grupos de oraciones representan el lenguaje cotidiano del venezolano común -con sus variantes dialécticas y fonológicas- empleado en cualquier parte de nuestra geografía. Como vemos, está adornado de sencillez y es vivo en expresión. No contienen elementos que denoten un trasfondo distinto de lo que se dice. Tampoco está plagado de puritanismo expresivo ni de excentricismo, y es totalmente inteligible.
En verdad, se trata de expresiones no solo usuales sino indispensables, que nos conectan con nuestros semejantes y que sin lugar a dudas, nos dicen que ningún ser humano es independiente de los demás en el contexto social.
Tales oraciones son las que por lo general empleamos a diario; dentro y fuera de nuestra casa; en nuestro sitio de trabajo y en la calle; en una reunión de amigos y en aquellas imprevistas con gente que no conocemos. De hecho, tales expresiones -al igual que muchísimas otras- constituyen el equilibrio e intercambio social, como agentes que median y contribuyen con la formación, enriquecimiento y con el mantenimiento de la cultura de un pueblo.
La lengua y el lenguaje, en sus distintas manifestaciones, crean y conforman a la sociedad. O dicho de otra forma -y aunque aparentemente contradictoria, es otra manera de decir lo mismo-, la sociedad es el ente que crea el lenguaje. Bajo esta perspectiva, podríamos decir que lenguaje es sinónimo de sociedad y viceversa. Ambos están entrelazados. El uno constituye la base del otro y el otro es la base del uno. No se puede disociar a la sociedad del lenguaje ni a este de aquella. Se complementan -acaso podemos mirarlos como personalidades individuales, aunque inseparables-, empero se suplementan. Lo uno es lo otro. Podemos ver el lenguaje de una sociedad a través de la estructura de esta, y la sociedad misma es identificada por medio de su lenguaje.
En torno a lo anterior, concluimos que la sociedad no es sin el lenguaje -en cualquiera de sus manifestaciones. Sin embargo, entre los diversos lenguajes que una sociedad pueda emplear, prevalece, por encima de todos, el habla. La lengua hablada, o el lenguaje de expresión oral, fonetológica, el habla, es la manifestación idiomática más común en cualquier sociedad. El grupo social promedio, en su propio entorno, emplearía al habla como instrumento de comunicación en el más alto porcentaje, con respecto al resto de los tipos de lenguajes que usaría. Esto nos da una idea sobre la importancia del habla dentro de la sociedad.
Considerando la relevancia del empleo del habla como instrumento de comunicación en el marco social, podríamos decir que prescindir de la misma implicaría la mudez relativa de la sociedad. Pero, ¿cómo es nuestra habla? ¿cómo hablamos normalmente? o lo que es más importante, ¿qué hablamos? La cultura de una sociedad es evidenciada a través de su lenguaje hablado. Más aun, la individualidad cultural, la cultura propia de una persona, la proyecta su forma de hablar. Somos lo que hablamos. Decimos lo que hacemos y lo que somos (o lo que desearíamos hacer, tanto en lo negativo como en lo positivo, salvo en aquellos casos de extrema hipocresía, rasgo este también identificado por la manera en que decimos las cosas, las palabras que empleamos y lo que decimos en sí).
Es de notar, siguiendo el mismo orden de ideas, que nuestras palabras constituyen nuestra personalidad y la forma como hablamos demuestra, por lo general, como somos. Atender nuestro propio lenguaje hablado como la acción principal y básica para revisar nuestra propia personalidad, es algo necesario. El descalabro cultural de una sociedad no llega como el veloz efecto radiactivo de una explosión nuclear, inevitable e indetenible. El descenso en la cultura de un pueblo comienza a paso lento, afectando a cada uno de sus individuos. Como un virus de fácil contagio, pero que se puede evitar, si se atiende a tiempo. Comienza por ese elemento común de comunicación: la lengua.
Esta verdad no es algo nuevo de lo que apenas notemos ligeros destellos. Se trata de algo sumamente antiquísimo. Las sociedades antiguas más civilizadas advirtieron su existencia y los pueblos nómadas originarios fueron un ejemplo de ello. Dios, el Creador Supremo y el Soberano del universo, nos demostró con un ejemplo irrefutable, que la importancia del habla como órgano de equilibrio social y cultural, es innegable: Cuando los propósitos de Dios fueron olvidados por los hombres y mujeres de aquella sociedad postdiluviana, y esta se volcó libidinosa en pos de otras opciones, contrarias totalmente y contrapuestas a El, inmediatamente el Ser Supremo afectó el único elemento y medio que había conformado y mantenía dicha sociedad: su lengua. Como resultado de este hecho y dado que ya no existía un código que les fuese común y los conformara como sociedad, aquella generación desistió del proyecto arquitectónico que habían iniciado, y se disgregó, sepultada en el olvido por la carencia de un habla común. Ese fue el principio y el fin de la Torre de Babel en la antigua Mesopotamia, posteriormente Babilonia, según Génesis 11:1-9.
De la misma manera, Jesús advirtió el verdadero propósito de los fariseos, cuando puso públicamente al descubierto sus aberrados pensamientos, poniendo en duda y aun negando la verdad de ellos y declarándoles que por su "ocioso" lenguaje, serían juzgados ante Dios (Mateo 12:22-37).
Por otro lado, y como una antítesis positiva de lo que había ocurrido en Babel, Dios demuestra una vez más la importancia de la lengua, del habla, y del habla común, en la conformación de la sociedad y en la unidad y solidificación de esta, cuando a través de Su Espíritu Santo -manifiesto en los 120 discípulos reunidos en el alto aposento- hablaron a un multitudinario auditorio, conformado por varios miles de personas, cuya diversidad lingüística conformó la más variada y amplia representación idiomática, que oyó un discurso expresado en la lengua natal de cada oyente, con los referentes, relación, contenido, aspectos semiológicos y rasgos léxicos, sintácticos y fonológicos que les era común a cada quien. Dicho hecho, a mi modo de ver, al lado de lo ocurrido en Babel (texto ya citado), constituye el milagro lingüístico más grande de la historia de la humanidad (Hechos 2:1-13).
Una triste y vulnerable actitud sería negar lo fundamental del habla en la estructura de la sociedad y en la formación de su cultura. Un acto tal de negación solo soslayaría la propia personalidad y obstruiría el deseo y la posibilidad de superación social y cultural.
Atender uno de los aspectos más importantes de nuestra personalidad ha de ser no solo una acción constante, pero inmediata. ¿Qué podrías hacer y aportar para mejorar tu habla y en consecuencia, la nuestra?
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